Sección de curiosidades históricas por Cutuvia
Muchos de vosotros, especialmente los que seáis de esa época afortunadamente cada vez mas lejana, en la que se realizaba el servicio militar obligatorio, habréis escuchado un dicho español que reza “tener mas mili que Cascorro”. También prácticamente todos habréis paseado por El Rastro madrileño en alguna ocasión, recorriendo sus calles abigarradas y llenas de vida, mientras ojeáis mil y un puestos. Sin duda ese recorrido entre la multitud os habrá llevado a una plaza, no demasiado grande, pero que para ese espacio es todo un alivio al ensancharse un poco el recorrido, llamada De Cascorro.
En mitad de ese espacio tan castizo se alza la estatua de un militar, algo en principio que tampoco es nada novedoso en cualquier capital europea, plagadas todas de monumentos homenajeando a generales de épocas variadas. En Madrid sin ir mas lejos tenemos a unos cuantos de ellos repartidos por nuestras calles, desde Espartero y su famoso caballo hasta Martínez Campos. Pero el hecho llamativo es que, si os fijáis en esa estatua, enseguida notaréis que por la ropa que luce, ni de lejos se trataba de un general u oficial con su guerrera llena de entorchados y medallas, si no de un humilde soldado austeramente vestido.
El hombre representado en esa estatua, que asiste desde hace mas de un siglo a la vida de madrileños y visitantes, se llamaba Eloy Gonzalo y era un muchacho madrileño de Lavapiés, un castizo de pura cepa, que muy seguramente hablaba con esa cadencia tan propia de los chotis de aquel viejo Madrid. Eloy fue abandonado en la inclusa al nacer, solo con una nota donde ponía que no estaba bautizado y en la que con letra temblorosa alguien pedía por favor que le pusieran Eloy Gonzalo García, hijo legítimo de Luisa García, soltera. Ahí encontramos la explicación de su abandono, la deshonra de ser una madre soltera en aquella España, algo terrible y que condenaba a madre e hijo a ser señalados eternamente. Las monjas le acogieron hasta los once años, edad a la que finalizaba la obligación de cuidar a los huérfanos. Os imagináis el tener que enfrentaros solos a la vida, con esa edad, sin nada ni nadie, recuerda a esos menores no acompañados a los que hoy, al cumplir los dieciocho, dejamos en esa misma situación. Ha subido la edad, pero la crueldad sigue siendo la misma.
Os preguntaréis como un humilde chaval así, acaba convertido en un icono madrileño. Para ello tenéis que imaginaros la España de aquellos años de finales del siglo XIX, un país pobre y muy atrasado respecto a Europa, que además estaba enzarzado en dos guerras a miles de kilómetros de Lavapiés, una en Cuba y la otra en Filipinas, dónde una parte de la población se había levantado contra España buscando su independencia. Cientos de miles de jóvenes españoles son enviados a ultramar a luchar, no saben por qué, ellos no son dueños de ninguna plantación, ni tienen intereses económicos allí, pero la alta burguesía española sí. La misma oligarquía que aprobó una ley, por la que, si te tocaba ir al servicio militar que en esa época se sorteaba con un bombo quién iba, permitía que si tenías dinero pagases a alguien más pobre para que fuera en tu lugar. Obviamente todos los soldados españoles en Cuba eran procedentes de los estratos mas humildes y oprimidos de la sociedad, los que no tenían dinero para eludir la casi condena a muerte o invalidez que suponía el destino a un lugar como la isla caribeña.
Eloy fue un caso excepcional, ya que se alistó voluntario, o eso se ha contado siempre, lo que no se contaba tanto, es que había sido condenado a doce años de cárcel por enfrentarse a un oficial que le maltrataba, y la única forma de eludir esa larga pena era ir voluntario al Caribe. Allí nuestro protagonista acabó destinado en el fuerte que defendía el pequeño pueblo de Cascorro, junto a otros 170 españoles, un destino peligroso, rodeado de selva tropical, donde se movían a sus anchas miles de mambises, los guerrilleros cubanos. El 22 de septiembre de 1896, la exigua guarnición española se encontró con un ataque sorpresa de la columna rebelde que dirigía el mítico caudillo Calixto García, con 3000 hombres y varios cañones. La situación es desesperada para el puñado de soldados que, encerrados en su pequeño fuerte de madera, soportan el bombardeo constante de los mambises, faltos de comida y agua y sabedores de que cualquier posibilidad de auxilio esta a semanas de distancia de ellos. Saben además que los guerrilleros cubanos no tienen la costumbre de coger con vida a los soldados españoles, la situación es dramática.
El punto mas débil de los defensores es la cercanía de una casa al fuerte, desde la que los cubanos les disparan prácticamente a quemarropa y que si los españoles no consiguen destruir, la derrota es segura. Por ello el capitán jefe de los defensores, pidió un voluntario para una misión prácticamente suicida, que no era otra que salir durante la noche del fortín, llegar hasta la casa y quemarla. Creo que pocos de nosotros hubiésemos dado un paso al frente, pero Eloy si lo hizo y solo puso una condición, que le atasen una cuerda a la cintura, para que su cadáver no quedase en manos de los insurrectos, así de seguro estaba de su muerte. Esa noche, portando solo su fusil, una lata de petróleo, unas cerillas y una cuerda atada a su cuerpo, se arrastró en la noche hacia el enemigo, hacia una muerte cierta. Pero Eloy no murió, consiguió su hazaña ante el asombro de todos los presentes, amigos y enemigos. Consiguiendo así dar el tiempo suficiente, para que, tras trece días de asedio, una columna del ejército español consiguiese liberarles.
La fama que alcanzó por este hecho el madrileño llegó con fuerza a la península, dónde se convirtió en un ídolo para la gente mas humilde, que vio con orgullo como por una vez se reconocían los méritos de uno de los siempre olvidados. Tristemente Eloy moriría solo unos meses después, en junio de 1897, debido a una infección intestinal provocada por la mala alimentación proporcionada a los soldados, ya que muchos oficiales hacían negocio quedándose con buena parte del dinero asignado para comprar comida. Algo que denunció un joven oficial médico que también estuvo allí, un hombre llamado Santiago Ramón y Cajal, que también alcanzaría la inmortalidad. La corrupción endémica de nuestro país y el abuso que aún hoy padecen siempre las clases trabajadoras a manos de los de arriba acabaron con este joven, este héroe, que, por una vez, al contrario que tantos y tantos miles de españoles que yacen por el mundo entero, si tuvo el reconocimiento que siempre se le ha negado a los de su clase social.
Solo os pido que la próxima vez que paseéis por la plaza de Cascorro, os paréis unos instantes al pie de la estatua, ahora entenderéis por qué lleva una lata en las manos y una cuerda en la cintura, y tengáis un pensamiento para un muchacho que no quería estar donde murió, pero no le dejaron otra opción, y que a pesar de todo demostró aquello que dijo el gran Antonio Machado, “En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”.





