El lobo ibérico (Canis lupus signatus), emblema de la biodiversidad peninsular y guardián de los ecosistemas, enfrenta su mayor crisis en décadas. Un cóctel de políticas regresivas, caza autorizada y desastres ecológicos está pushing al depredador icónico hacia un precipicio demográfico del que podría no recuperarse. Mientras comunidades autónomas like Cantabria, Asturias o Galicia reabren la puerta a los rifles, los incendios forestales arrasan sus hábitats y fracturan sus manadas. La alarma científica y ecologista suena a gritos: urge un giro radical en la gestión de la especie.
Un retroceso normativo sin base científica
En 2021, el Gobierno central incluyó al lobo en el Listado de Especies de Protección Especial, prohibiendo su caza en todo el territorio nacional. Una medida celebrada por conservacionistas y alineada con directivas europeas. Sin embargo, el actual marco de gestión descentralizada ha permitido que varias comunidades autónomas recurran a resquicios legales para reactivar las batidas.
Cantabria lidera esta escalada: ha autorizado la muerte de 41 ejemplares para la temporada 2025/2026, y ya han caído al menos nueve —algunos en pleno periodo de reproducción—. Asturias planea eliminar 53 lobos antes de marzo de 2026. La Rioja y Galicia han incorporado la especie en sus órdenes de veda sin cuotas claras, mientras Castilla y León —con la mayor población ibérica— espera un informe sexenal para definir su estrategia.
«Es una vuelta atrás injustificable —denuncia Laura Moreno, bióloga de la Sociedad Española para la Conservación y Estudio de los Mamíferos (SECEM)—. No hay datos que avalen que el lobo haya superado umbrales de viabilidad. Por el contrario, su expansión natural hacia el sur y este es lenta y frágil. Matar ejemplares en regiones con poblaciones incipientes, como Madrid o Castilla-La Mancha, puede truncar para siempre su recolonización».
Incendios: un golpe adicional
Los fuegos que arrasan el norte de España agravan la situación. Las llamas no solo destruyen corredores ecológicos y territorios de caza, sino que aislan y matan a ejemplares. Manadas ya deficitarias —como las de zonas montañosas de León o Zamora— ven ahora su capacidad reproductiva mermada por la pérdida de hábitat y presas. «El lobo es resiliente, pero no invencible —advierte el ecólogo Julio García—. La combinación de persecución humana y catástrofes naturales puede ser letal».
Alternativas a la caza: coexistencia sí, balas no
Organizaciones como WWF, Lobo Marley o Ecologistas en Acción reclaman un cambio de paradigma: menos fusiles y más prevención. «La ganadería extensiva debe ser aliada, no víctima ni verduga —señala Íñigo Hernández, pastor y coordinador de la Plataforma por la Coexistencia con el Lobo—.
Hay soluciones probadas: perros guardianes, cercados electrificados, compensaciones ágiles por daños y refuerzo de la vigilancia pastoral».
En regiones como Sierra Morena o el País Vasco, estos métodos han reducido los ataques entre un 60% y un 80%. «El lobo regula sus propias poblaciones si el territorio está sano —apunta Hernández—. Cazar rompe la estructura social de las manadas, aumenta los conflictos al dispersar a ejemplares jóvenes y no resuelve el problema de fondo».
Europa mira a España
Bruseles sigue de cerca la situación. España debe presentar en julio de 2025 un informe sobre el estado de conservación del lobo, clave para evaluar el cumplimiento de la Directiva de Hábitats. Si las comunidades autónomas insisten en políticas contrarias al criterio científico, el país podría enfrentar sanciones y la pérdida de fondos de conservación.
El lobo ibérico no es solo un símbolo. Es un termómetro de la salud de nuestros ecosistemas y un actor crucial en el control de herbívoros y la prevención de enfermedades. Su futuro depende de que primen la razón, la ciencia y la voluntad de convivir. La balanza entre la tradición y la conservación se inclina peligrosamente. Ahora es el momento de enderezarla.





