Correos y las principales empresas postales suspenden los envíos de mercancías mientras Washington endurece su pulso comercial
Las estadísticas hablan solas: millones de paquetes que cada día cruzaban el Atlántico se han quedado en tierra. Desde este lunes, Correos y buena parte de las compañías postales europeas han interrumpido sus envíos de mercancías a Estados Unidos. Solo se salvan las cartas, los documentos, los libros y los regalos de poco valor entre particulares. La causa está al otro lado del océano: la decisión de la administración Trump de suprimir la exención arancelaria para los envíos inferiores a 800 dólares.
Lo que hasta ahora era un trámite relativamente sencillo, se convierte en un embrollo aduanero que obliga a pagar impuestos antes de enviar un paquete. Washington dio el aviso en primavera, lo retrasó por falta de claridad y lo ha confirmado en agosto con nuevos requisitos y un 15 % de tasa sobre los envíos procedentes de la Unión Europea. Ante semejante panorama, los operadores europeos se han plantado.
El movimiento ha sido casi unánime. Francia, Italia, Alemania, Bélgica, Suecia, Finlandia o Dinamarca han paralizado sus servicios de paquetería hacia Estados Unidos. El Reino Unido, fuera de la UE pero igualmente afectado, se suma también con su Royal Mail. Solo Irlanda ha decidido resistirse, alegando que un giro tan brusco solo traería confusión y retrasos. La cuestión no es menor. Hablamos de millones de envíos que cada año viajaban sin trabas y que ahora quedan bloqueados. Las compañías postales admiten que no tienen margen para reorganizarse en tan poco tiempo y que la incertidumbre sobre devoluciones, responsabilidades y transporte hace inviable seguir operando con normalidad. Correos lo resume sin rodeos: la suspensión seguirá hasta que puedan adaptarse a las nuevas exigencias.
Más allá del caos logístico, la jugada de Trump tiene un blanco evidente: los gigantes chinos del comercio electrónico. Firmas como Temu o Shein habían convertido la exención en una autopista para inundar el mercado estadounidense con productos baratos. Solo en 2024, la aduana norteamericana procesó más de 1.300 millones de envíos de este tipo, frente a los 139 millones de hace apenas una década.
Frenar esa avalancha es el objetivo declarado de la Casa Blanca, aunque el tiro alcance también a millones de consumidores europeos y estadounidenses que ahora verán cómo un paquete cualquiera se convierte en un lujo o en un quebradero de cabeza. Al final, lo que se esconde tras esta maraña de siglas y plazos es la eterna batalla por el control del comercio global. Europa suspende envíos porque no quiere ser cómplice de un sistema que ya no funciona en sus condiciones, y Estados Unidos endurece sus reglas para blindar su mercado.
Entre ambos, quedan atrapados los ciudadanos, que vuelven a comprobar cómo las guerras comerciales se libran a costa de sus bolsillos y de su paciencia.





