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El escándalo del cribado del cáncer de mama en Andalucía recuerda a la tragedia de la Hepatitis C

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Esa situación muestra hasta dónde llega la deshumanización de la derecha cuando la economía (su economía) pesa más que las vidas

Hay decisiones políticas que matan. No de forma inmediata ni visible, sino lentamente, en silencio, bajo la apariencia de gestión técnica. Así ocurrió con la crisis de la Hepatitis C durante el gobierno del Partido Popular, cuando miles de personas murieron esperando un medicamento que ya existía, pero que se consideró “demasiado caro” para financiar. Y así vuelve a suceder ahora en Andalucía, donde el gobierno de Juanma Moreno ha admitido que se “guardaron” resultados dudosos en pruebas de cáncer de mama “para no generar ansiedad” a las pacientes.

Una frase que hiela la sangre y que resume a la perfección un modo de entender la sanidad: como un coste, no como un derecho. La Asociación de Mujeres con Cáncer de Mama (Amama) lo ha dicho sin rodeos: no se trata de un “fallo” ni de un “error de comunicación”, sino de una negligencia grave que puede tener consecuencias penales. Porque aquí no hablamos de un trámite administrativo, sino de vidas suspendidas en un limbo de silencio. Mujeres que podrían haber detectado a tiempo un tumor y no lo hicieron porque alguien, en algún despacho, decidió que era mejor que no se preocuparan. Resulta difícil imaginar mayor paternalismo y desprecio.

La idea de “evitar la ansiedad” es un insulto a la inteligencia y a la dignidad de las mujeres. No hay ansiedad más devastadora que la de descubrir un cáncer demasiado tarde. Pero en el fondo, la excusa revela algo más profundo: la falta de empatía que guía muchas de las políticas sanitarias del PP, donde la gestión se mide en costes y no en consecuencias humanas. No es un caso aislado.

Los recortes en salud pública, la privatización encubierta de servicios, la precariedad del personal sanitario y la saturación de los hospitales son el telón de fondo de este escándalo. Andalucía, con uno de los presupuestos sanitarios por habitante más bajos de España, lleva años caminando hacia un modelo donde la atención pública se deteriora hasta empujar a quien puede a la sanidad privada. Y quien no puede, espera. El caso de Amama recuerda demasiado a aquel “esperar” de la Hepatitis C. Entonces, el PP permitió que cientos murieran sin acceso a un tratamiento que curaba. Hoy, las víctimas son mujeres que no recibieron información a tiempo sobre algo que podía salvarles la vida. En ambos casos, el denominador común es el mismo: la economía primero, la gente después. Mientras tanto, el gobierno andaluz pide disculpas con la boca pequeña, intenta restar gravedad al asunto y acusa a la oposición de “politizar el dolor”. Pero ¿cómo no politizarlo si las decisiones que lo causaron fueron políticas? La salud pública no se defiende con lamentos, sino con responsabilidades. Y si quienes dirigen la sanidad no entienden la diferencia entre “evitar la ansiedad” y ocultar información vital, entonces no están capacitados para proteger la vida de nadie. Amama, con una serenidad admirable, lo ha dejado claro: su único partido es la vida. No representan a ninguna sigla, sino a miles de mujeres que luchan cada día contra el cáncer y contra un sistema que parece olvidarlas. Han exigido responsabilidades y anunciado acciones legales. Y tienen razón: no se puede permitir que la negligencia se disfrace de prudencia ni que la incompetencia se maquille de empatía. Porque votar al PP —aunque suene duro decirlo— tiene consecuencias.

No abstractas, sino físicas, tangibles, medibles en vidas. Lo vimos con la Hepatitis C, lo vemos ahora con el cáncer de mama, y lo veremos cada vez que se pongan los balances por encima de las personas. No hay mayor desprecio por la vida que convertir la salud en un asunto contable. Y eso, más que un error, es una forma de crueldad.

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