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Marcar el rumbo

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Por Roberto Sotomayor

En los pasillos de los juzgados un tipo con la cabeza rapada corre de un lado a otro. Se ha puesto una peluca. La prensa no da crédito. Son tiempos raros. Todo cambia a una velocidad de vértigo. Hasta hace no mucho, los presidentes y los mandamases del PP llegaban a los Juzgados vestidos de Zegna, Boss o Gucci. Hoy lo hace disfrazado no se sabe muy bien de qué la pareja de Ayuso para intentar llegar a un acuerdo para con tal de no entrar en la cárcel. Y mientras, su pareja, la que manda en Madrid, la que vive con ese “particular del que usted me habla” en ese pisito de lujo de un millón de euros, reformado sin licencias y sin control alguno por parte del ayuntamiento de Martínez Almeida, pagado con el dinero de las comisiones que defraudó a Hacienda, menciona a ETA y a Hamás en una Asamblea legislativa, en donde se supone, solo se supone, tienen que arreglar los problemas de Madrid.

Entre ellos, por ejemplo, la situación de maestras de nueve escuelas infantiles que llevan meses sin cobrar. Ya saben, esos contratos privados de moda que después resultan ser una mierda, con condiciones de mierda para sus trabajadoras, con servicios de mierda para las familias. El Consejero de Educación no le ha dedicado ni 3’ de atención. El desprecio es total.

Se supone que allí tienen que hacer cumplir cosas que están escritas en un papel llamado Constitución Española, cosas importantes, como el enorme problema de acceso a la vivienda. Pero la cámara de representación popular en Madrid se ha convertido en un gallinero de ruido insoportable alejado absolutamente de la ciudadanía. Cada semana, un espectáculo. Las diputadas de la derecha llegan vestidas de Prada, de Vuitton, ellos vienen con trajes hechos a medida, perfectamente vestidos. Como si fuera una pasarela de Cibeles, miran por encima del hombro cuando un simple mortal pasa a su lado. Y después llega la performance de la directora de todo ese tinglado montado. Hablan de ocupación, de terrorismo, de delincuencia, de inmigración ilegal, de violadores, de pederastas. Niegan el genocidio y todo ello recurriendo a la nueva fórmula mágica para blanquear su discurso, la libertad. De todo menos de cómo van a hacer para que los alquileres dejen de subir.

La izquierda, o lo que queda de ella,  asume su rol, hace lo que puede, dispara con lo que tiene, y asume la situación. Es lo que hay. Son los tiempos que tocan. El 28M la derrota fue total, estratégica, ideológica y moral. Alguna lección habrá que hacer de aquello, o eso espero, porque en solitario no se llega. Estaría bien que tomara nota parte de esa izquierda cabreada y malhumorada que ha decidido quemarlo todo antes de extinguirse.

Ayuso marca el debate público, se habla de lo que ella quiere que se hable, y desvía la atención cuando quiere y como quiere. Eso sí, también ayudan los más de 27 millones de euros de dinero público a los medios afines. La corrupción y la apropiación de las instituciones es total y absoluta. Urge la democratización del sistema.

Son malos tiempos para la cordura. Blanquear a la extrema derecha está de moda. Normalizamos que Feijóo diga que esté dispuesto a pactar en Europa con una fascista convencida, Meloni. ¡Dónde quedó el liberalismo! Por lo menos lo ha dicho. Pero qué más da, a fin de cuentas hemos aceptado que un tipo en un barquito de vacaciones con un narcotraficante sea hoy alternativa de gobierno en España.

Ayuso, Feijóo y Almeida tienen baño de multitudes este fin de semana en Madrid, de esos que se montan cada dos o tres meses. Sacarán banderas de España, hablarán de la unidad nacional y se volcarán con el gobierno genocida de Israel. Nos señalarán a quienes defendemos los derechos humanos y volverán a marcar el debate público con algún exabrupto o alguna obscenidad. Una semana más, mientras los datos de empleo en España alcanzan cifras récord, la economía (eso de lo que en este país hace tiempo que no se habla) funciona, los derechos de los trabajadores siguen ampliándose y nuestro país bajo este gobierno de coalición progresista reconoce Palestina como Estado soberano.

Son las dos Españas: la del blanco y negro, de pelucas y corrupción, y la que marca el rumbo hacia el futuro. Un futuro de esperanza, de paz. De ilusión.

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